“La economía como disciplina está cargada de valores, ideologías e intereses. Esto se convierte en un problema cuando los adherentes al discurso dominante (economía convencional) afirman estar realizando ‘ciencia positiva y objetiva’. Un problema mayor se ve en los resultados reales asociados a estas afirmaciones falsas o deshonestas”.
Eso es lo que observa Deniz Kellecioglu, Oficial de Asuntos Económicos de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África, en un reciente trabajo sobre el rol de la economía y los economistas.
Según el experto, afirmar que la “ciencia” de la economía convencional es objetiva lleva a que la sociedad crea en la “legitimidad científica de su discurso, lo que a su vez les da una mayor credibilidad de la que deberían gozar. Esta mayor credibilidad, a su vez, sirve de palanca para que tengan una mayor influencia en las políticas”.
Y aunque “está muy bien que los economistas tengan una influencia en las políticas, esto es un problema cuando esas políticas tienen resultados que favorecen a los más poderosos y desfavorecen a las vastas mayorías de la población”.
La situación descrita ha generado que muchos académicos disconformes acusen al discurso económico dominante y sus economistas de ser sirvientes de los poderosos, o que construyen una ideología cuyo objetivo es el de servir los intereses de las élites más poderosas.
El economista Ha-Joon Chang afirma que incluso Adam Smith dijo abiertamente que el gobierno “está en realidad instituido para defender a los ricos contra los pobres, o a los que tienen alguna propiedad contra aquellos que no tienen ninguna”. Igualmente, Marx decía que “las ideas dominantes de cada época siempre han sido las ideas de su clase dominante”.
Más recientemente, en la reunión anual de la Asociación Económica Americana de 1974, el famoso economista Samuel Bowles postuló que “los teóricos neoclásicos tienen una agenda ideológica. Apuntan a ocultar los orígenes de los problemas sociales presuponiendo que la desigualdad y la jerarquía se originan en la naturaleza del hombre”.
Al hacer esto, “desechan la posibilidad de una sociedad mejor. En su rol de apologistas del orden capitalista, y como asesores de los tomadores de decisiones que controlan los recursos, los economistas se han convertido en nuevos sirvientes del poder”, dijo.
En 2013, otro célebre economista, Robert Skidelsky, denunció que “en la economía, mucho más que en las ciencias naturales, la agenda de investigación de la profesión refleja la estructura de poder” de la sociedad.
“Quién financia las instituciones de donde nacen las ideas? ¿Quién financia la diseminación de ideas de forma popular (medios)?”, preguntó Skidelsky.
Su respuesta: los grandes negocios, a los que ve como el poder duro detrás del poder suave de las ideas, “porque los negocios son la principal fuente de dinero sin el cual las investigaciones languidecerían y morirían. Este es particularmente el caso en los EEUU, que se ha convertido en la principal fuente de poder intelectual en la economía”.
Según el experto, afirmar que la “ciencia” de la economía convencional es objetiva lleva a que la sociedad crea en la “legitimidad científica de su discurso, lo que a su vez les da una mayor credibilidad de la que deberían gozar. Esta mayor credibilidad, a su vez, sirve de palanca para que tengan una mayor influencia en las políticas”.
Y aunque “está muy bien que los economistas tengan una influencia en las políticas, esto es un problema cuando esas políticas tienen resultados que favorecen a los más poderosos y desfavorecen a las vastas mayorías de la población”.
La situación descrita ha generado que muchos académicos disconformes acusen al discurso económico dominante y sus economistas de ser sirvientes de los poderosos, o que construyen una ideología cuyo objetivo es el de servir los intereses de las élites más poderosas.
El economista Ha-Joon Chang afirma que incluso Adam Smith dijo abiertamente que el gobierno “está en realidad instituido para defender a los ricos contra los pobres, o a los que tienen alguna propiedad contra aquellos que no tienen ninguna”. Igualmente, Marx decía que “las ideas dominantes de cada época siempre han sido las ideas de su clase dominante”.
Más recientemente, en la reunión anual de la Asociación Económica Americana de 1974, el famoso economista Samuel Bowles postuló que “los teóricos neoclásicos tienen una agenda ideológica. Apuntan a ocultar los orígenes de los problemas sociales presuponiendo que la desigualdad y la jerarquía se originan en la naturaleza del hombre”.
Al hacer esto, “desechan la posibilidad de una sociedad mejor. En su rol de apologistas del orden capitalista, y como asesores de los tomadores de decisiones que controlan los recursos, los economistas se han convertido en nuevos sirvientes del poder”, dijo.
En 2013, otro célebre economista, Robert Skidelsky, denunció que “en la economía, mucho más que en las ciencias naturales, la agenda de investigación de la profesión refleja la estructura de poder” de la sociedad.
“Quién financia las instituciones de donde nacen las ideas? ¿Quién financia la diseminación de ideas de forma popular (medios)?”, preguntó Skidelsky.
Su respuesta: los grandes negocios, a los que ve como el poder duro detrás del poder suave de las ideas, “porque los negocios son la principal fuente de dinero sin el cual las investigaciones languidecerían y morirían. Este es particularmente el caso en los EEUU, que se ha convertido en la principal fuente de poder intelectual en la economía”.
¿El 1% está compuesto por emprendedores?
El economista convencional Gregory Mankiw (sus libros se utilizan frecuentemente en las universidades para enseñar las bases de la economía) defiende la desigualdad y al 1% (de los más ricos del planeta), basándose en premisas y supuestos que otro célebre economista, Robert Solow, considera dudosos y sin fundamento.
Mankiw intenta mostrar al 1% como emprendedores que generan innovaciones socialmente productivas. Kellecioglu afirma que esto es falso: “lo que producen están lejos de ser socialmente útil, y la mayor parte de sus actividades están basadas en ganancias financieras”.
Coincidentemente, Solow considera que gran parte de sus ingresos están basados información asimétrica, generando muy poco excedente a través del consumo, y que este tipo de ingresos han generado una gran parte de las desigualdades prevalecientes en EEUU.
Según los defensores de los ricos, el remedio apropiado contra esta corrupción política es eliminar el estado (y no atacar la desigualdad extrema), pero Solow hace notar que es precisamente el poder de esta gran riqueza (y de esos ricos) la que dificulta o imposibilita erradicar la corrupción política.
El economista convencional Gregory Mankiw (sus libros se utilizan frecuentemente en las universidades para enseñar las bases de la economía) defiende la desigualdad y al 1% (de los más ricos del planeta), basándose en premisas y supuestos que otro célebre economista, Robert Solow, considera dudosos y sin fundamento.
Mankiw intenta mostrar al 1% como emprendedores que generan innovaciones socialmente productivas. Kellecioglu afirma que esto es falso: “lo que producen están lejos de ser socialmente útil, y la mayor parte de sus actividades están basadas en ganancias financieras”.
Coincidentemente, Solow considera que gran parte de sus ingresos están basados información asimétrica, generando muy poco excedente a través del consumo, y que este tipo de ingresos han generado una gran parte de las desigualdades prevalecientes en EEUU.
Según los defensores de los ricos, el remedio apropiado contra esta corrupción política es eliminar el estado (y no atacar la desigualdad extrema), pero Solow hace notar que es precisamente el poder de esta gran riqueza (y de esos ricos) la que dificulta o imposibilita erradicar la corrupción política.
La libertad que no es libertad
Según el economista sueco Lars Syll, los neoliberales libertarios sostienen que una sociedad-mercado sin obstáculos implica mayor libertad que ninguna otra alternativa existente, por lo que los derechos humanos deben incluir libertad de expresión, religión y propiedad, pero no derechos sociales como el derecho a la salud, educación, trabajo y bienestar.
Con esto, los neoliberales libertarios restringen el concepto de libertad solo a la “libertad negativa”, que significa ausencia de coerción. Además, esta perspectiva de libertad negativa incluye sólo la coerción por parte de los individuos, y por tanto excluye la coerción ejercida por las instituciones, empresas y otras entidades organizadas.
Syll ejemplifica: si las estructuras sociales y los derechos de propiedad niegan a la gente el acceso a la comida, educación y seguridad, los neoliberales libertarios consideran que no se está restringiendo la libertad de nadie.
Todas estas ideas están ligadas por valores, ideologías e intereses compartidos. En particular, esta mentalidad compartida sostiene que aquellos en la cima merecen cada vez más poder y riqueza, y están basados en el mantra de que “no hay alternativa”, dice Kellecioglu.
Según el economista sueco Lars Syll, los neoliberales libertarios sostienen que una sociedad-mercado sin obstáculos implica mayor libertad que ninguna otra alternativa existente, por lo que los derechos humanos deben incluir libertad de expresión, religión y propiedad, pero no derechos sociales como el derecho a la salud, educación, trabajo y bienestar.
Con esto, los neoliberales libertarios restringen el concepto de libertad solo a la “libertad negativa”, que significa ausencia de coerción. Además, esta perspectiva de libertad negativa incluye sólo la coerción por parte de los individuos, y por tanto excluye la coerción ejercida por las instituciones, empresas y otras entidades organizadas.
Syll ejemplifica: si las estructuras sociales y los derechos de propiedad niegan a la gente el acceso a la comida, educación y seguridad, los neoliberales libertarios consideran que no se está restringiendo la libertad de nadie.
Todas estas ideas están ligadas por valores, ideologías e intereses compartidos. En particular, esta mentalidad compartida sostiene que aquellos en la cima merecen cada vez más poder y riqueza, y están basados en el mantra de que “no hay alternativa”, dice Kellecioglu.
Fuente: periódico "El País-Tarija"
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